En mi grupo de compañeros actuales de francés en la Alianza Francesa están personas que como yo planean su ida a Québec, están otros que estudian por un tema de trabajo, otros (sobre todos los más jóvenes) lo hacen para aprender un idioma nuevo.
El otro día, estando en el aula esperando que empiece la clase del día oí que dos compañeros de los más jóvenes conversaban sobre su participación en una manifestación ciudadana que se realizó exigiendo el esclarecimiento de la desaparición de un periodista en una ciudad del interior a varios kilómetros de la capital.
Al oírlos y notar su entusiasmo me remonté varios años atrás, cuando yo era incluso más joven que ellos y los años que le siguieron.
Dicen que una generación se inicia cada diez años por lo que yo pertenezco aún a la del 60 si es que tenemos en cuenta mi año de nacimiento (1969).
Tomando esto como punto de partida, creo que mi generación y tal vez aquella gente que nació hasta 1975 fueron los últimos que tomaron verdadera conciencia o mejor dicho vivieron conscientemente lo que fue la dictadura de Alfredo Stroessner.
Y por qué digo todo esto. Simplemente para referirme al idealismo que estos chicos compañeros míos demostraban en su conversación y que era tan parecido al idealismo que yo también exhalaba por los poros en aquellos años.
Recuerdo que antes de la salida de Stroessner del poder comprábamos con mi hermano el diario “El Pueblo” del Partido Revolucionario Febrerista a escondidas del viejo porque tener eso significaba problemas con la policía y quien sabe cuantas cosas más.
Formamos parte de cuanto grupo se armaba en nuestra parroquia para protestar contra los abusos del régimen de entonces muchas veces bajo la atenta mirada de la policía sobre todo cuando íbamos a algún festival de “música de protesta”.
Luego se fue Stroessner y vino la gran esperanza, el nuevo país que todos juntos construiríamos. Eran mis primeros años en la facultad, hicimos huelgas para cambiar el programa de estudios, hasta echamos al decano. Eran tiempos de jeans rotos, camisas grandes o remeras con inscripciones revolucionarias y alpargatas gastadas. Por supuesto, barba.
Ya podíamos gritar, decir lo que queríamos, putear a los milicos y policías y ser del partido que se nos antoje. El Paraguay sería el mejor país de Latinoamérica.
De a poco los años, la pareja, los hijos, un trabajo mas estable fueron afeitando la barba, cortando el pelo, cambiando los jeans por pantalones de vestir, las alpargatas por zapatos bien lustrados y las remeras por camisa y corbata.
Stroessner se había ido pero quedaron varios delfines que siguieron su línea corrupta y siguen rapiñando al país. Stroessner se había ido pero la estructura es la misma, la ineficiencia en muchos casos peor y el atraso a nivel país sigue su marcha.
Yo perdí mi "trabajo estable" en un banco en el cual pensaba jubilarme por tener excelentes condiciones laborales. El banco cerró y hoy día incluso la Caja de Jubilados Bancarios está flotando apenas.
De allí en más recorrí puestos de trabajo siempre pensando en mejorar pero ya no aferrándome a uno como lo hice en el banco.
Hoy tengo 37 años y pasaron 18 de la ida de Stroessner y el país que soñé, que muchos soñaron, está aún muy lejos. De que se puede lograr, se puede, pero ya no creo que yo pueda verlo.
Entonces enfilé mi mirada al norte y pensé que la calidad de vida que yo soñé, la educación para mis hijos, la tranquilidad podía tenerla, si bien no aquí.
Estos jóvenes nos dicen que ya tiramos la toalla, que perdimos las esperanzas, que ellos lo lograrán.
Desde el fondo de mi corazón espero que así sea aunque tengo mis dudas. Espero que ellos tengan razón y que yo me equivoque en este aspecto. Por ellos y por sus hijos.
Por lo pronto, si todo va como lo planeado, junto con mi familia decidimos otro destino para nuestras vidas. Pasaremos más frío, hablaremos otro idioma, comeremos otras cosas, tendremos nuevos amigos pero creemos que es nuestro camino; que aquí hoy por hoy el terreno no está fértil para sembrar y el tiempo de cosecha tardará muchos pero muchos años en llegar.
Suerte en su lucha compañeros jóvenes, ojalá y puedan forzar el cambio que los de mi generación no lo conseguimos.
El otro día, estando en el aula esperando que empiece la clase del día oí que dos compañeros de los más jóvenes conversaban sobre su participación en una manifestación ciudadana que se realizó exigiendo el esclarecimiento de la desaparición de un periodista en una ciudad del interior a varios kilómetros de la capital.
Al oírlos y notar su entusiasmo me remonté varios años atrás, cuando yo era incluso más joven que ellos y los años que le siguieron.
Dicen que una generación se inicia cada diez años por lo que yo pertenezco aún a la del 60 si es que tenemos en cuenta mi año de nacimiento (1969).
Tomando esto como punto de partida, creo que mi generación y tal vez aquella gente que nació hasta 1975 fueron los últimos que tomaron verdadera conciencia o mejor dicho vivieron conscientemente lo que fue la dictadura de Alfredo Stroessner.
Y por qué digo todo esto. Simplemente para referirme al idealismo que estos chicos compañeros míos demostraban en su conversación y que era tan parecido al idealismo que yo también exhalaba por los poros en aquellos años.
Recuerdo que antes de la salida de Stroessner del poder comprábamos con mi hermano el diario “El Pueblo” del Partido Revolucionario Febrerista a escondidas del viejo porque tener eso significaba problemas con la policía y quien sabe cuantas cosas más.
Formamos parte de cuanto grupo se armaba en nuestra parroquia para protestar contra los abusos del régimen de entonces muchas veces bajo la atenta mirada de la policía sobre todo cuando íbamos a algún festival de “música de protesta”.
Luego se fue Stroessner y vino la gran esperanza, el nuevo país que todos juntos construiríamos. Eran mis primeros años en la facultad, hicimos huelgas para cambiar el programa de estudios, hasta echamos al decano. Eran tiempos de jeans rotos, camisas grandes o remeras con inscripciones revolucionarias y alpargatas gastadas. Por supuesto, barba.
Ya podíamos gritar, decir lo que queríamos, putear a los milicos y policías y ser del partido que se nos antoje. El Paraguay sería el mejor país de Latinoamérica.
De a poco los años, la pareja, los hijos, un trabajo mas estable fueron afeitando la barba, cortando el pelo, cambiando los jeans por pantalones de vestir, las alpargatas por zapatos bien lustrados y las remeras por camisa y corbata.
Stroessner se había ido pero quedaron varios delfines que siguieron su línea corrupta y siguen rapiñando al país. Stroessner se había ido pero la estructura es la misma, la ineficiencia en muchos casos peor y el atraso a nivel país sigue su marcha.
Yo perdí mi "trabajo estable" en un banco en el cual pensaba jubilarme por tener excelentes condiciones laborales. El banco cerró y hoy día incluso la Caja de Jubilados Bancarios está flotando apenas.
De allí en más recorrí puestos de trabajo siempre pensando en mejorar pero ya no aferrándome a uno como lo hice en el banco.
Hoy tengo 37 años y pasaron 18 de la ida de Stroessner y el país que soñé, que muchos soñaron, está aún muy lejos. De que se puede lograr, se puede, pero ya no creo que yo pueda verlo.
Entonces enfilé mi mirada al norte y pensé que la calidad de vida que yo soñé, la educación para mis hijos, la tranquilidad podía tenerla, si bien no aquí.
Estos jóvenes nos dicen que ya tiramos la toalla, que perdimos las esperanzas, que ellos lo lograrán.
Desde el fondo de mi corazón espero que así sea aunque tengo mis dudas. Espero que ellos tengan razón y que yo me equivoque en este aspecto. Por ellos y por sus hijos.
Por lo pronto, si todo va como lo planeado, junto con mi familia decidimos otro destino para nuestras vidas. Pasaremos más frío, hablaremos otro idioma, comeremos otras cosas, tendremos nuevos amigos pero creemos que es nuestro camino; que aquí hoy por hoy el terreno no está fértil para sembrar y el tiempo de cosecha tardará muchos pero muchos años en llegar.
Suerte en su lucha compañeros jóvenes, ojalá y puedan forzar el cambio que los de mi generación no lo conseguimos.