¿Existe la justicia en Paraguay? Es una pregunta a la que mil veces traté de encontrarle la respuesta, sobre todo una respuesta positiva pero nunca la encontré.
Ayer nuevamente el saldo fue negativo. La justicia no existe en este país, o por lo menos no para los humildes, para el ciudadano común, para Doña María que vende sus yuyos en el mercado, para Don Pedro que todos los días se levanta bien temprano para ir “colgado del estribo del tren” como diría Ignacio Copani.
Ayer, 5 de diciembre, fue el día tan esperado del fallo del tribunal que juzgaba la muerte de de casi 400 personas en el incendio del supermercado Ykuá Bolaños ocurrido el 1 de agosto del 2004. Todos esperábamos condenas ejemplares, condenas que nos den la esperanza que el Paraguay puede siquiera intentar hacer bien las cosas. Una vez más no fue así.
Homicidio culposo fue la sentencia del tribunal, lo que en nuestra legislación es penada con 5 años de prisión como máximo y que cumplido los dos tercios de la misma, es decir 3 años, los responsables ya pueden salir libres bajo palabra. Como los acusados ya están presos desde hace 2 años, solo les queda uno. Y peor aún, el homicidio culposo puede ser sustituido por una multa. Es decir, que como estos señores están forrados de billetes, pueden estar en las calles mañana. Es cierto, existen las apelaciones y que se yo cuantos mas procedimientos legales pero no es mi intención entrar en ese tipo de cosas dado que no soy abogado.
Solo quiero agregar algo más en este punto. La fiscalía y los abogados demandantes pidieron sentencia por homicidio doloso que tiene una pena de hasta 25 años. La diferencia con el homicidio culposo es que cuando hay dolo, hay intención o por lo menos hay una conciencia de que está mal lo que estas haciendo pero no te importa. Cuando es culposo, es como que no tuviste la intención de hacerlo o no te diste cuenta de lo que hacías. Si estoy equivocado, que me corrija algún letrado.
Pero hechas las aclaraciones volvamos al punto. Para aquellos que no se acuerdan o no conocen el caso (obviamente no me refiero a paraguayos), el incendio del Ykuá Bolaños se produjo según los expertos a causa de dos chimeneas (de la panadería y del patio de comidas) que no salían hasta el exterior y causaron una acumulación de gases entre el techo y el cielo raso, lo que lo convertía al supermercado en una garrafa gigantesca. Además no contaba con extractores eólicos, no había salidas de emergencia y el personal de seguridad no estaba entrenado para este tipo de situaciones. Y además de todo, cerraron las puertas para que “nadie salga sin pagar”. Esto último es lo que se les reclama a los responsables del supermercado.
Y llegó el día fatídico. Un domingo de pleno sol, un día donde muchísimas familias se reunieron en el patio de comidas del recién inaugurado supermercado, donde cientos de personas estaban haciendo sus compras. Parecería ser que la muerte esperó el momento apropiado, el momento en que más gente concurrió. Muchos acababan de recibir sus salarios, del fin de mes anterior, era domingo, hacía buen tiempo, era un día ideal para pasarlo en familia.
La garrafa estaba llena, saturada, y bastó una chispa para que aquella explotara. El cielo raso que era de material inflamable contribuyó a la expansión del fuego. Se vino el caos.
Muchos quedaron en sus lugares, calcinados, no tuvieron tiempo de escapar. Otros lo intentaron con todas sus fuerzas y no lo consiguieron, otros lograron salir y murieron después en los hospitales o ambulancias.
Familias enteras desaparecieron, muchísimos niños y jóvenes, madres, padres, hijos, abuelos, amigos. Gente de buena posición económica y gente humilde. Todos juntos dentro de esa gran construcción que se convirtió en sus tumbas.
Aquellos que intentaron salir, no pudieron hacerlo. Apenas se inició el incendio, según los testigos y sobrevivientes, se cerraron las puertas, lo que imposibilitó la salida y el pronto rescate. Surgieron los héroes anónimos que rescataron a muchos, algunos de ellos murieron en el intento.
Quedaron familias desmembradas, niños huérfanos, padres sin hijos, escuelas sin alumnos, especialmente los de la zona del súper. Murieron compañeros de trabajo, de colegio, de facultad. Maestras, médicos, enfermeras, vendedores ambulantes, niños, jóvenes, ancianos. Quedan hoy las secuelas de todo. A algunos les han quedado marcadas en el cuerpo. A otros, las secuelas psicológicas y espirituales más difíciles de borrar.
El primer revés para la gente afectada fue la no imputación de los intendentes. El intendente anterior al momento del suceso, pues fue durante su administración que se aprobaron los planos del edificio y el que ejercía el cargo en ese momento pues durante su mandato no se realizó la verificación de seguridad.
Vinieron luego dos años de un largo proceso judicial, entretanto se trataban de curar las heridas corporales y espirituales. Y finalmente el mazazo de gracia: La benévola sentencia del tribunal.
Los hechos posteriores, tal vez no se justifican, pero se comprenden. La gente indignada agredió al tribunal conformado, luego se trasladaron hasta el único local que queda de la cadena Ykuá Bolaños, lo reventaron a pedradas y lo saquearon. Es cierto, hubo delincuentes infiltrados que aprovecharon para saquear ese y otros comercios que nada tenían que ver. Pero, ¿quién provocó esa situación?, la “sospechosa decisión” de dos de los tres jueces que integran el tribunal.
Sinceramente, la decisión huele a dólares. Obviamente no es algo que se pueda probar, pero es sospechosa y es un golpe muy duro a los sobrevivientes y familiares de las víctimas del incendio.
Así está “la justicia” en este nuestro tan maltratado país, y yo por mi parte, no creo que haya muchas esperanzas de recuperación. Por eso, con mi familia, hemos decidido marcharnos. ¿Cómo lo haremos?, será ya en su momento, el punto central de otro post.
Y en homenaje a todas las personas que dejaron sus vidas en aquel infierno, dejo aquí una copia de éste poema que no se quien lo escribió en aquel triste momento, pero que ya recorrió foros, periódicos y cadenas de e-mail. A su autor, solicito el permiso debido y doy los agradecimientos correspondientes.
Ayer nuevamente el saldo fue negativo. La justicia no existe en este país, o por lo menos no para los humildes, para el ciudadano común, para Doña María que vende sus yuyos en el mercado, para Don Pedro que todos los días se levanta bien temprano para ir “colgado del estribo del tren” como diría Ignacio Copani.
Ayer, 5 de diciembre, fue el día tan esperado del fallo del tribunal que juzgaba la muerte de de casi 400 personas en el incendio del supermercado Ykuá Bolaños ocurrido el 1 de agosto del 2004. Todos esperábamos condenas ejemplares, condenas que nos den la esperanza que el Paraguay puede siquiera intentar hacer bien las cosas. Una vez más no fue así.
Homicidio culposo fue la sentencia del tribunal, lo que en nuestra legislación es penada con 5 años de prisión como máximo y que cumplido los dos tercios de la misma, es decir 3 años, los responsables ya pueden salir libres bajo palabra. Como los acusados ya están presos desde hace 2 años, solo les queda uno. Y peor aún, el homicidio culposo puede ser sustituido por una multa. Es decir, que como estos señores están forrados de billetes, pueden estar en las calles mañana. Es cierto, existen las apelaciones y que se yo cuantos mas procedimientos legales pero no es mi intención entrar en ese tipo de cosas dado que no soy abogado.
Solo quiero agregar algo más en este punto. La fiscalía y los abogados demandantes pidieron sentencia por homicidio doloso que tiene una pena de hasta 25 años. La diferencia con el homicidio culposo es que cuando hay dolo, hay intención o por lo menos hay una conciencia de que está mal lo que estas haciendo pero no te importa. Cuando es culposo, es como que no tuviste la intención de hacerlo o no te diste cuenta de lo que hacías. Si estoy equivocado, que me corrija algún letrado.
Pero hechas las aclaraciones volvamos al punto. Para aquellos que no se acuerdan o no conocen el caso (obviamente no me refiero a paraguayos), el incendio del Ykuá Bolaños se produjo según los expertos a causa de dos chimeneas (de la panadería y del patio de comidas) que no salían hasta el exterior y causaron una acumulación de gases entre el techo y el cielo raso, lo que lo convertía al supermercado en una garrafa gigantesca. Además no contaba con extractores eólicos, no había salidas de emergencia y el personal de seguridad no estaba entrenado para este tipo de situaciones. Y además de todo, cerraron las puertas para que “nadie salga sin pagar”. Esto último es lo que se les reclama a los responsables del supermercado.
Y llegó el día fatídico. Un domingo de pleno sol, un día donde muchísimas familias se reunieron en el patio de comidas del recién inaugurado supermercado, donde cientos de personas estaban haciendo sus compras. Parecería ser que la muerte esperó el momento apropiado, el momento en que más gente concurrió. Muchos acababan de recibir sus salarios, del fin de mes anterior, era domingo, hacía buen tiempo, era un día ideal para pasarlo en familia.
La garrafa estaba llena, saturada, y bastó una chispa para que aquella explotara. El cielo raso que era de material inflamable contribuyó a la expansión del fuego. Se vino el caos.
Muchos quedaron en sus lugares, calcinados, no tuvieron tiempo de escapar. Otros lo intentaron con todas sus fuerzas y no lo consiguieron, otros lograron salir y murieron después en los hospitales o ambulancias.
Familias enteras desaparecieron, muchísimos niños y jóvenes, madres, padres, hijos, abuelos, amigos. Gente de buena posición económica y gente humilde. Todos juntos dentro de esa gran construcción que se convirtió en sus tumbas.
Aquellos que intentaron salir, no pudieron hacerlo. Apenas se inició el incendio, según los testigos y sobrevivientes, se cerraron las puertas, lo que imposibilitó la salida y el pronto rescate. Surgieron los héroes anónimos que rescataron a muchos, algunos de ellos murieron en el intento.
Quedaron familias desmembradas, niños huérfanos, padres sin hijos, escuelas sin alumnos, especialmente los de la zona del súper. Murieron compañeros de trabajo, de colegio, de facultad. Maestras, médicos, enfermeras, vendedores ambulantes, niños, jóvenes, ancianos. Quedan hoy las secuelas de todo. A algunos les han quedado marcadas en el cuerpo. A otros, las secuelas psicológicas y espirituales más difíciles de borrar.
El primer revés para la gente afectada fue la no imputación de los intendentes. El intendente anterior al momento del suceso, pues fue durante su administración que se aprobaron los planos del edificio y el que ejercía el cargo en ese momento pues durante su mandato no se realizó la verificación de seguridad.
Vinieron luego dos años de un largo proceso judicial, entretanto se trataban de curar las heridas corporales y espirituales. Y finalmente el mazazo de gracia: La benévola sentencia del tribunal.
Los hechos posteriores, tal vez no se justifican, pero se comprenden. La gente indignada agredió al tribunal conformado, luego se trasladaron hasta el único local que queda de la cadena Ykuá Bolaños, lo reventaron a pedradas y lo saquearon. Es cierto, hubo delincuentes infiltrados que aprovecharon para saquear ese y otros comercios que nada tenían que ver. Pero, ¿quién provocó esa situación?, la “sospechosa decisión” de dos de los tres jueces que integran el tribunal.
Sinceramente, la decisión huele a dólares. Obviamente no es algo que se pueda probar, pero es sospechosa y es un golpe muy duro a los sobrevivientes y familiares de las víctimas del incendio.
Así está “la justicia” en este nuestro tan maltratado país, y yo por mi parte, no creo que haya muchas esperanzas de recuperación. Por eso, con mi familia, hemos decidido marcharnos. ¿Cómo lo haremos?, será ya en su momento, el punto central de otro post.
Y en homenaje a todas las personas que dejaron sus vidas en aquel infierno, dejo aquí una copia de éste poema que no se quien lo escribió en aquel triste momento, pero que ya recorrió foros, periódicos y cadenas de e-mail. A su autor, solicito el permiso debido y doy los agradecimientos correspondientes.
Y se abrieron las puertas del cielo……
¡Qué diferente está todo!
Las calles de Asunción están mustias y solitarias.
Pareciera que todo se detuvo por un momento esperando despertar de una pesadilla.
El silencio aturde, ensordece, y el aire que se respira es un aire de agonías.
Los rostros ardiendo se apoderaron de los vientos y nos dieron parte en el dolor de su muerte.
En el denso silencio, sólo se escuchan los gritos de nuestros amigos, de nuestros vecinos,
de la abuela con los regalos, del chico del carrito, del señor de las verduras,
de nuestra gente, de nuestro pueblo suplicando por un segundo más,
un segundo solamente, para intentar salvar sus vidas de la furiosa llama de la muerte.
Eran familias enteras en un domingo de supermercado preparando el entrañable almuerzo familiar, eran festejos, eran madres y padres llevando con amor el sacrificio de todo un mes a la casa, eran niños eligiendo lápices de colores para las tareas de la escuela,
eran madres eligiendo las mejores verduras para sus hijitos,
eran niños deseando impactados unos juguetes,
eran sueños, eran proyectos, eran vidas.
Creo que se les puede escuchar aún:
- ¿Mamá, por qué cerraron las puertas?
- ¡Señor no queremos robarle, es que nos cuesta respirar, es que nos lastima el fuego!
- ¡Cuidado, no pisen a la niña!
- ¡Abra señor, mis hijos me esperan!
- ¡Abra señor mi familia está adentro!
- Papá, mamá ¿qué pasa?
- ¡Señora siga caminando!
- ¡Abuelo no te mueras!
- ¡Abran las puertas por favor!
Gritos que retumban en nuestros oídos y no nos dejarán olvidar el día que se cerraron las puertas a sus vidas.
Más de trescientos cuerpos presos en una lujosa y moderna trampa de muerte,
trampa de colores con olor a pan fresco, caldera con ductos de aire acondicionado,
templo mezquino de fieles ingenuos.
Estuvimos con ellos, quisimos defenderlos, quisimos ayudarles a respirar, tiramos piedras contra la trampa y rompimos sus ventanas, abrimos huecos en las paredes de la trampa, pero la trampa era demasiado fuerte y el fuego traicionaba a su favor.
Hoy hay puestos de trabajos vacíos, hoy hay sillas en las guarderías vacías, hoy faltan abrazos de madres, hoy faltan consejos de abuelos, hoy falta alguien que empuje la hamaca, hoy sobra un plato en la mesa, hoy falta una canción, hoy falta uno en el equipo de fútbol, hoy faltan los que cayeron en la trampa.
Familias enteras se enfrentaron al fuego tomados de los brazos, otras personas lo hicieron absolutamente solas, ancianos, jóvenes, niños, pero todos estaban unidos en un solo grito que hizo temblar la tierra y la trascendió, dando testimonio del dolor, la desesperación, y la impotencia.
POR FAVOR, ABRAN LAS PUERTAS...!!!!!
Y se abrieron las puertas del cielo...
4 comentarios:
Nelson,
Y que contestaron los responsables
de haber cerrado las puertas ?
Dijeron que no sabian que habia un incendio adentro ?
Que dijeron ?
Realmente es horrendo lo que paso.
Increible.
Susana
Mira Susana ellos sostienen que no dieron tal orden, sin embargo hay testigos que dicen lo contrario, además estoy seguro que los guardias tenian la orden de hacerlo en una situacion como apagones, etc. y bueno procedieron a hacerlo.
De cualquier manera no hicieron nada por intentar ayudar a los que estaban alli.
Nelson,
primera vez que entro a tu blog y primera vez que lloro al leer un blog.
Qué descansen en paz¡¡
desde Santa Cruz - Bolivia
Sandra
Ojala y realmente puedan descansar en paz Sandra, muy poco se ha hecho para hacerles justicia. Realmente es como para llorar, nosotros aqui en Paraguay estamos llorandolos hace ya dos años, practicamente vimos en directo el incendio por la TV, fue una cosa de locos, realmente.
Gracias por tus palabras.
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